domingo, 3 de julio de 2011

3 de Julio de 1892: con un Oratorio Festivo comienza la Pequeña Obra de la Divina Providencia.

La que será la gran divisa de Don Orione, "¡almas y almas!" lo impulsaba ya cuando era clérigo durante las vigilias en la catedral de Tortona. En realidad, ¿qué habría podido hacer? Más pobre, quizá, que todos los otros jóvenes de la ciudad - y a su modo de ver - un mísero hijo de nadie..., su gran consuelo era amar al Señor y a todas las almas: pero aquí también su amor le parecía poco, y se consumía pidiendo que Jesús le concediese más y más amor.
Un día, un pequeño episodio: durante la semana santa de 1892 llega a la sacristía un muchacho con el rostro resentido y lagrimeando: era Mario Ivaldi, a quien ya conocía por ser monaguillo en la Catedral.
- ¿Por qué lloras? - le pregunta Orione.
Un encogimiento de hombros.
- Vamos, ¿qué te pasa?
- No voy más al catecismo.
- ¿Y por qué?
- Porque me pegan.
- Si te portas bien, no te pegarán.
- No, no voy más.
Quizá se había presentado al catecismo en San Miguel sin haber estudiado la lección y había molestado a los otros chicos; lo cierto es que el clérigo catequista, perdida la paciencia, le había dado un coscorrón y lo había echado.
El asunto era serio, según el pequeño protagonista. Luis comprendió el drama y le dijo:
- A ver, ven conmigo, te hago un regalo. ¿Ves esta hermosa medalla? Bueno, es tuya. Ahora ven conmigo y te enseñaré un poco de catecismo.
El muchacho levantó la cabeza, miró al clérigo, alargó la mano hacia la medalla. Para mayor seguridad, Orione sacó una algarroba y un higo seco y se los ofreció con gesto magnánimo.
La partida estaba ganada. Fueron a la piecita de la cúpula, el muchacho sacó su catecismo y Luis se lo explicó. Luego le dijo:
- ¿Quieres volver mañana a la misma hora?
El muchacho dijo que sí, y al día siguiente fue puntual. La explicación prosiguió y resultó eficaz; el maestro le trasmitía todo el fuego que le ardía dentro y el discípulo comprendía.
¡Hablar de Dios! Si esto para Luis Orione era el resumen y la quintaescencia de las actividades más deseadas: habría hablado todo el día y toda la noche; y hablarle a un alma que lo ignoraba todo, infantilmente indolente... Ahora, en cambio, sentía la necesidad de ver decenas de ojos así, fijos y cargados de valores nuevos.
- Escucha - le dijo Orione, - busca a tus amigos, y tráemelos aquí, así no estarás solo, ¿de acuerdo?
El rostro del chico se iluminó. Llegó con un pequeño grupo de compañeros. El grupo creció rápidamente, mientras el clérigo Orione, por su parte, se empeñaba a fondo en dos actividades: trazar un verdadero programa de estudios catequísticos para la "clase" que aumentaba con ritmo sorprendente; poner a disposición de los huéspedes cuanto lograba acumular en la piecita: libros, juegos, higos secos, nueces, castañas, regalitos. El gusto de los niños era voluble, pero las medallas, por ejemplo, mantenían su atractivo
En poco tiempo, el grupo creció tanto que se habría necesitado un departamento; mientras tanto, un hornillo y una ollita asaban castañas y cocían huevos para fortificar a los más débiles. Algunos huéspedes llegaban con regalos útiles: velas, utensilios de cocina, alimentos para los pobres, una especie de primitiva comunidad cristiana en la cual todo se ponía a disposición de todos.
Se habló de cientos, y más, y más...

Tomado del libro "Vida de Don Orione" de Giorgio Papasogli


MARIO IVALDI en sus últimos años. Este es el niño a quien Don Orione consoló en la Catedral de Tortona y el primero con quien comenzó su Oratorio festivo "San Luis", origen de la
Pequeña Obra de la Divina Providencia.

En un artículo publicado en el año 1898 en la revista "L'Opera della Divina Provvidenza", Don Orione, que tenía 26 años, se refiere con entusiasmo al anuncio de la verdad cristiana y al testimonio de la caridad.

"La Obra de la Divina Providencia [la congregación] comenzó hace siete años, un día de cuaresma en que yo me puse a enseñarle un poco de Catecismo a un niño que se había escapado de la iglesia y estaba llorando.
Así, ese niño fue más bueno y más cristiano, y hoy que está en el servicio militar, sigue recordando con gusto aquel día tormentoso y feliz al mismo tiempo.
Y detrás de ése, ¡cuántos otros niños fueron más buenos y más cristianos, por el Catecismo y la gracia de Dios!"

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